viernes, 30 de marzo de 2012

séptimo mandamiento.

.




Hay quienes desayunan con diamantes, hay quienes saludan al día con un montón de movimientos chorras y lo llaman yoga, y hay quienes en plena madrugada nos creemos más listos que tod@s y arremetemos contra la primera botella que encontramos a oscuras en una cocina vespertina.

Estamos tan dormid@s a las 3:03 a.m. que si no fuera por la sed imperante y descarriada del bocata salchichón nos metimos anoche, no hubiéramos abierto antes que los ojos, la boca, la garganta, el buche o a lo que a ustedes se les ocurra, de par en par para hacer lo propio cual polluelo desesperado.

Así que tragazo de desinfectante para gatos que nos metemos.
Es sólo cuando el asqueroso sabor a friegasuelos usado (imagino que sabrá muy parecido) nos llega al estómago, que abrimos los ojos de puro sobresalto, en busca del grifo más cercano para intentar sofocar el incendio de asco en mente, cuerpo y alma. No abofeteándonos por gilipollas porque bastante teníamos ya.

Y es que supongo que nunca he sido muy normal que digamos.
El apetecible líquido rosa color antirefrigerante que pacía tranquilamentedentro de una botella de Font Vella idéntica a la que tenía justo al ladito –otra más de mis maravillosas ideas, confiando me acordaría…- estaba ahí, trapo mediante, porque el cansancio me pudo más que la paciencia de lavar a Esparty, que olía a alcantarilla mugrienta.

Esparty es la versión femenina de Espartaco, de la última saga de siete.
No son virtuales.
Tengo los siete. Nada de haberme quedado sólo con dos bigotudos.
Así que sí, ahí me tienen, en medio de Madrid capital, con siempre siete, de distintas camadas y razas, entre los que van desapareciendo y van criando, desde hace cuatro años.
No sé si habrá muchas chicas como yo pero ya quisiera destacar por mi gran capacidad creativa y no estas estrafalarias formas de llamar la atención.

Algunos le llaman “buen corazón”, pero es que los tengo engañados, bajo mi uniforme de oficinista eficiente y chica pro-sistema desde bien pequeña. Las mejores notas, los mejores modales, la mejor sonrisa..
No, no diré “desde que tengo uso de razón”, pues por allá en los ochenta yo tenía claras tres cosas: que nunca fumaría, que nunca tendría aspiradora y que no entraría en el absurdo esclavismo lunes a viernes de nueve a cinco.
Bingo! Lo he conseguido: no fumo, no tengo aspiradora, y tras una diplomatura, una treintena de certificados, un segundo idioma y tres años y medio pasando más frío que otra cosa en el extranjero, por fin tengo un “turno africano” del que culpo de mi revolución hormonal, con todos los biorritmos de sueño y comidas alterado, y por ende, ésa máxima preocupación de vida o cuestión de Estado de toda mujer primermundista, desconsiderada y sin aspiraciones profundas: el sobrepeso.

Han pasado dos años casi desde que me trasladé a este local enmascarado como loft con el que mis escasos conocidos tuercen el gesto intentando disimular que es otra de mis frikeces,  y enseguida dicen “pelin caro, no?”, y tras dos años, hoy he puesto a punto una bici que le birlé a un ex y con ello, a punto mi toque de felicidad.
Sentir el oxígeno por fin entrando por mis ojos ante tanta belleza primaveral me ha hecho sentirme yo, recuperar mi esencia asilvestrada y recordar que debo cambiar de vida ya mismo, mejor dicho, que puedo y debo ya mismo.
Birlar? Ah, sí.
Al principio da algo de corte, luego ya te haces toda una profesional. No, a puta aún no me he metido. Lo mío es más bien el hacer justicia.
Veamos, si multiplicamos la cantidad de veces que el Sistema me ha estafado por mis recién cumplidos cuarenta años, me quedan todavía muuuuchas horas de condonación y mi máxima: “robar a un ladrón tiene cien años de perdón”.
Al principio le cambiaba la etiqueta a la sartén de turno, por no poder pagar una buena y conformarme como los pobres con malgastar mi dinero cada tres meses.
Poco a poco fui perfeccionando el método, hasta llegar a conocer el sistema de seguridad del Carrefour como mi barriga (la conozco mucho mejor que la palma de mi mano que nunca miro, qué quieren que les diga) y al final, pagamos religiosamente el detergente y todo bulto grande imposible de camuflar en la bandolera – mejor nombre no podía tener-, mi gran aliada justiciera. Y así, naranjas: 4, 60 – 2 euros x los berros que no me permite mi sueldo = precio justo de las naranjas.
Son mis propios “3x2”. Y sin ni siquiera subir el precio a la unidad.
Ya está bien de tirar ceras depilatorias que no funcionan, mandarinas en mal estado, y bragas de 1 euro que no duran ni un mes. Cambiándolas, digo. O sea, un día…bueno, ya me entienden, que me lío, joer.


Mamá, tranquila, si alguna vez me dan un nóbel a la desfachatez, no te preocupes, que dejaré bien claro tus exquisitos modales y tu moral…y la gente entenderá a la perfección eso de “tesis, antítesis…” que decía Freud.
Tranquila.

.

Todo parecido con la realidad es pura coincidencia.

.

sábado, 17 de marzo de 2012

red nails

.




Me he pintado las uñas de rojo vivo. Me recuerdan a mi madre. Me resultan de mayor. Acabo de cumplir cuarenta y no mentira en la cabeza que ya no soy joven, si no fuera por mi abominable gordura.


No quiero parecerme a mi madre: en sus uñas, en sus chantajes y desequilibrios emocionales.
Todo parecido físico, por lo demás, es pura coincidencia.

Me siento tan sola como ella.

Como una viuda jubilada, sin familiares, ni amigos ni ocios que la visiten.

Sin creerme capaz de poder alcanzar los sueños de adolescente que quedaron cubiertos día a día, capa a capa, por una necesaria supervivencia.

Hasta el psicólogo más paciente se aburriría descubriendo mi neurosis y ciclotimia de manual.

Ha anochecido, no tenía nada concreto que hacer y sí mucha dispersión y ansiedad, y seguramente esté en no sé qué momento pre-menstrual.

No puedo creerme que ya ni apunto los días de mi regla. Como si el “no tener tiempo” me impidiera cualquier tipo de orden en mi vida.

No he cocinado nada. Nunca lo hago. Cuanto más me avergüenzo de mi gordura, más me enveneno en clara autodestrucción.

La sensación de no importar a nadie es tan dañina como vieja. Como vieja que me siento ya.

Podría romper mi círculo de extrema soledad, por la que algún psicólogo me consideraría una heroína, una superviviente, quizá, en condiciones extremas emocionales como estuve, sin familiar, amigo o pareja algún@.

Podría, socilaizando, sin más. Teniendo siempre distintos planes y gente de todo tipo y función para cubrir tardes como la de hoy.

Pero me da miedo. Mucho miedo. No me gusrta que la gente se acerque demasiado: me hacen sentir mal. Pero ahora, ya, aún racionalizando que nadie es perfecto, no soporto a nadie. Creo que no voy a poder llegar a ser amigo de nadie, porque hay demasiada estupidez, falsedad y egoísmo.

Creo que de todas las actitudes, la que más asco me da es la de egoísmo.


.