jueves, 19 de abril de 2012

Bitxda

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Víctor vino al trabajo ayer por la mañana.
 
 
Justo la noche anterior, había expuesto parte de mis razones
(ninguna de las ocultas, ninguna de las reales)
para no traer niños al mundo.
 
 
 
Los ojos acuosos, limpios, del bebé de dos meses, me miraban fijamente.
Yo le correspondía. Sin muecas ni aspavientos.
Con el mismo respeto que él a mí. Con la misma pureza.
Sin que nada interfiriera. Sin que nadie más importara.

Por quel entonces, yo era una cría.
Tenía veintidós años y me dejaron cuidar a George, de apenas cinco meses de vida, esa tarde.
Es raro que recuerde nombres. El suyo, como su halo, siempre.
Llovía. Se fueron. Nos quedamos solos. Lo puse junto (no contra) mi pecho.
Apagué la tele que los padres habían dejado puesta.
Silencio.
Campiña inglesa.



El alma de aquel bebé llenaba toda la estancia.
Me quedé muy seria.
Me sentí embriagada.
Apenas dejé una luz ténue de fondo.
Desconozco cuantas horas pudimos estar así.
Jamás olvidaré uno de los momentos más espirituales de toda mi burda existencia.
Creo que sentí amor.
A la Vida también.


Aún tengo la sensación de pureza y verdad dentro de mí.


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Más que imagen, i-majestuosidad: "Pelirroja con blusa banca", Toulouse Lautrec.
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