sábado, 21 de abril de 2012

Blanco.

´.









Nada es importante.

Mueren.

Nos morimos.

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Blanco.
Noble.
Cariñoso.
Fiel.


Tres días y cuatro noches sin aparecer.

Me pareció escuchar un maullido, de vuelta a casa tras el trabajo, a las 7:40 a.m. esa madrugada.
Iba en el coche.
Pensé sería el delirio por agotamiento.

Esos días vivía un renacer interno.
Hacía Sol.
Era enero, nuevo año.
Yo paseaba, respirando.
Anhelando una nueva esperanza.


Creí que mis ojos también me engañaban.
Casi no pude acercarme para confirmarlo.

Me acerqué por si aún vivía, intentando engañarme, como ya había hecho otras veces frente a la muerte.

Aquel cachorrito recién nacido de L., que murió entre mis manos y mi pecho, intentando darle calor, mientras agonizaba, no sé si intentando aferrarse a la vida....
Aquellos cachorros de Cuatro, que fueron muriendo día a día. Horas antes vivían. Cada vez que llegaba a casa, me encontraba uno muerto. Con la expresión horrible de la muerte.
Aquel otro pequeño blanco, encontrado entre las mantas.
Y uno anterior de S., nada más nacer Espartacus.

Y así, uno a uno, enterrados.

Y Blanco, días después, en medio del campo, destrozado por un perro que oliera su rastro, aún muerto.


Y no sé, me pregunto, no sé qué espera enseñarme la Vida con tantas muertes.
Qué quiere de mí, porque no consigue así que valore más la Vida, sino tener menos fuerzas.

Niños de menos de cinco años, mueren a millares cada día.

¿Me lo pueden explicar, por favor?
Pues no quiero la explicación.

Quiero la solución.
Inmediata.

Urgente.

Aunque la gran mayoría de humanos, deberíamos perecer, casi de inmediato, a su vez.
Porque no hacemos nada.

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